
Autora: Sonia Mira López
Cuando leemos o escuchamos la palabra protocolo a menudo la asociamos con algo rígido, muchas veces anacrónico, obsoleto y reservado exclusivamente a las ceremonias, actos solemnes o institucionales o grandes eventos. De las muchas acepciones que otorga la RAE a este vocablo, existen otras acuñadas por grandes profesionales del sector. Yo añadiría una más: protocolo es ordenación, y la ordenación, aún sin ser habitualmente conscientes de ello, está presente en nuestro ámbito cotidiano tanto personal como profesional.
El protocolo en el ámbito personal lo ejercemos en nuestros actos sociales privados como por ejemplo en una boda, un banquete o incluso un funeral. En cualquiera de ellos existe un ceremonial, usamos una etiqueta determinada y ordenamos la ubicación de los asistentes de una manera concreta y siempre respondiendo a algún criterio.
En el entorno profesional ocurre lo mismo. En una institución o empresa también se practica esta ordenación, en mayor o menor medida, y por eso los asistentes de los directivos deben conocer las normas básicas de protocolo y comunicación para el mejor desempeño de sus funciones.
Organizar un evento y estructurar su desarrollo; establecer prelaciones, órdenes de interevención o ubicaciones; recibir adecuadamente a una autoridad; ordenar las banderas; colocar una mesa presidencial; conocer y redactar correctamente distintos tipos de textos de acuerdo a sus objetivos… no son nunca producto de la casualidad y, menos, de la improvisación. Por ello, resulta fundamental para todos los profesionales, en los más variados ámbitos institucionales o empresariales, un conocimiento que sólo se adquiere con la adecuada formación, impartida por cualificados expertos y especialistas.
Creo firmemente que la FORMACIÓN marca la diferencia.